Lijar el yeso, poner una o dos
capitas de esmalte, unas manos de pintura blanca. Que terminó en mi ropa, en
mis manos, en mi uñas, en mi pelo, en mis ojos de reptil constreñido. En todos
lados menos en la pared de mi nueva morada en la vieja y calenturienta colonia
Roma.
Una llamada de mi compadre
diciendo que va en calidad de urgencia al hospital pues su primera hija que será
mi ahijada ya sale del cálido vientre de mis cuñadita a este frio mundo. Me
pongo contento, me pongo nervioso y digo mil un idioteces. No
tengo ni idea que es eso de ser padrino pero ahí están mis huesos para el
titulo de compadrazgo y hacerlo como todo lo que hago en mi vida unas veces
bien otras mal.
Pero sorprendió que mi compadres
crean que tengo calidad moral para ayudar a mi princesa Ana Sofía en su pasitos
por la vida, seguramente la tengo bien escondida entre mi locura transitoria y
mis sueños rotos. Como sea sacare el pecho por todos aquellos que creen en mí,
sin importar mucho que no crea mucho en mí.
He dejado cabos sueltos a la derriba
durante toda mi vida, he estado en un prolongado complejo de Peter pan y mi cuerpo
se lo cree, pues sigue sacándome espinillas en mi cachetes. Pero el alma la
tengo vieja he usada por unas cuantas vidas pasadas. Consumiéndome en mi
interior sin encontrar aquello que sea suficiente para encontrarme satisfecho.
Unas mañanas me levantó como el cuerpo de un acecinado
a causa de un crimen pasional, a mitad del día ya soy abogado de pinta de
mañoso y en la noche se me pone el alma pirata.
En la madrugada me salen un par de cuernos
rojos y mi humor se pone un poco 666. Nunca encontré el manual de mis
pensamientos ahora los controlo por instrumentos. Y ahí vamos dando palazos de
ciego por los senderos de los días que me queden por vivir.
Ni tan demonio, ni tan santo
solamente tu padrino querida Ana Sofía se me conocen temprano las Habas por
conocerte…
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