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Llevaba mucho tiempo sin sacarme de las entrañas las palabras y es verdad que me han costado mucho, porque yo no sé hacer bienvenidas, ni despedidas. Pero la cosa no es ponernos cursi, espero que disfrutes el fascinante mundo de este Sexy y Barrigón. (Si no disimula.)







miércoles, 9 de mayo de 2012

Los caballos.



De los pocos recuerdos que tengo de mi abuela materna, hay uno que nunca le encontré explicación lógica. Yo era un pequeño albino con tierra por todos lados y a esa pequeña edad le decía a mi abuela que en mi casa comíamos carne de lobo y que teníamos una fosa con cocodrilos para los ladrones. Lo sé, mentía por convivir desde pequeño, pero ya daba señales de gran imaginación. Eso de comer carne de lobo hasta el día de hoy se me antoja seguir diciéndolo para apantallar señoritas.

También mi abuela era fanática de perseguir ambulancias, quién sabe porqué nos llevaba a ver los atropellados o los incendios, su sádico comportamiento cedió cuando mi madre la regañó por llevarnos a turistear con la miseria ajena. Un buen día me comentó que mi nombre significaba el amigo de los caballos. Y de verdad que me la creí hasta qué me encontré con uno enterito.

Para los que no sabemos de caballos me explico, un entero es un ejemplar que no ha sido castrado, lo que se conoce como semental.  Dicho caballo era propiedad de nuestros queridos amigos los Gutiérrez y cabalgaba por las praderas del Rancho de Santa Mónica en tierras hidrocálidas.

 Y me tocó montarlo, el caballerango me comentó que no lo tratara mal porqué tenia mal carácter y sí, desde que sintió mis huesos sobre el pareciera que le diera picazón al condenado.  Mi hermano el Geras montaba a mi lado una hermosa y tranquila yegua.
“No vayas a correr porque este….”

Y antes de decir aguas, mi hermano galopaba como galán de novela barata, y claro mi enterito se sintió en libertad de perseguir las nalgonas de la yegua, pero galopó como si no hubiera mañana, ramas por toda mi cara, al no saber controlar a un caballito completo lo única solución que se me ocurrió fue pegarle las uñas al cuello y a mis adentros decía este caballo se para de hambre, de sed, de lo que sea pero se tiene que parar.  Y estaba como payaso de rodeo con un caballo desbocado tratándome de matar en cada árbol que se le cruzaba por el camino. 

Por fin se paró en su caballeriza sudaba mares el caballo y jadiaba como queriendo terminarse todo el aire del planeta.  Yo me bajé pálido, bueno trasparente y caminado como si hubiera sido víctima del padre Maciel. No obstante de haber sobrevivo a los embates de un caballo desbocado, el caballerango me ha puesto tremenda regañada por haber garroteado a la joya de su establo.

Y ahí voy de retorno a la casa que estaba a mil kilómetros de los establos, bueno unos seis pero si caminas como niño con pañal colgante las distancias se tipifican. Ya casi a punto de llegar me tomaron del brazo la tía Terry y me dice:
“Acompáñame a las caballerizas quiero hablar contigo”. Y ahí voy disimulando que de amigo de los caballos tengo lo que tengo de escritor de esos buenos. 

Tengo otros buenos recuerdos con animales, pero ya por hoy les he dado mucha lata, les mando un beso para ellas y un cálido abrazo a los caballeros.

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