De los pocos recuerdos que tengo de mi abuela materna, hay
uno que nunca le encontré explicación lógica. Yo era un pequeño albino con
tierra por todos lados y a esa pequeña edad le decía a mi abuela que en mi casa
comíamos carne de lobo y que teníamos una fosa con cocodrilos para los
ladrones. Lo sé, mentía por convivir desde pequeño, pero ya daba señales de
gran imaginación. Eso de comer carne de lobo hasta el día de hoy se me antoja
seguir diciéndolo para apantallar señoritas.
También mi abuela era fanática de perseguir ambulancias,
quién sabe porqué nos llevaba a ver los atropellados o los incendios, su sádico
comportamiento cedió cuando mi madre la regañó por llevarnos a turistear con la
miseria ajena. Un buen día me comentó que mi nombre significaba el amigo de los
caballos. Y de verdad que me la creí hasta qué me encontré con uno enterito.
Para los que no sabemos de caballos me explico, un entero es
un ejemplar que no ha sido castrado, lo que se conoce como semental. Dicho caballo era propiedad de nuestros
queridos amigos los Gutiérrez y cabalgaba por las praderas del Rancho de Santa
Mónica en tierras hidrocálidas.
Y me tocó montarlo,
el caballerango me comentó que no lo tratara mal porqué tenia mal carácter y sí,
desde que sintió mis huesos sobre el pareciera que le diera picazón al
condenado. Mi hermano el Geras montaba a
mi lado una hermosa y tranquila yegua.
“No vayas a correr porque este….”
Y antes de decir aguas, mi hermano galopaba como galán de
novela barata, y claro mi enterito se sintió en libertad de perseguir las
nalgonas de la yegua, pero galopó como si no hubiera mañana, ramas por toda mi
cara, al no saber controlar a un caballito completo lo única solución que se me
ocurrió fue pegarle las uñas al cuello y a mis adentros decía este caballo se
para de hambre, de sed, de lo que sea pero se tiene que parar. Y estaba como payaso de rodeo con un caballo
desbocado tratándome de matar en cada árbol que se le cruzaba por el camino.
Por fin se paró en su caballeriza sudaba mares el caballo y
jadiaba como queriendo terminarse todo el aire del planeta. Yo me bajé pálido, bueno trasparente y
caminado como si hubiera sido víctima del padre Maciel. No obstante de haber sobrevivo
a los embates de un caballo desbocado, el caballerango me ha puesto tremenda
regañada por haber garroteado a la joya de su establo.
Y ahí voy de retorno a la casa que estaba a mil kilómetros
de los establos, bueno unos seis pero si caminas como niño con pañal colgante
las distancias se tipifican. Ya casi a punto de llegar me tomaron del brazo la
tía Terry y me dice:
“Acompáñame a las caballerizas quiero hablar contigo”. Y ahí
voy disimulando que de amigo de los caballos tengo lo que tengo de escritor de
esos buenos.
Tengo otros buenos recuerdos con animales, pero ya por hoy
les he dado mucha lata, les mando un beso para ellas y un cálido abrazo a los
caballeros.
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