No me acuerdo cuándo fue la
última vez que me dio gripa, de vez en cuando la mala salud de hierro sucumbe a
los bichos de temporal. Pero aquí estamos en el comal de los contratos. Sintiendo
el cuerpo como un rompecabezas mal armado y como nariz una cascada. De la
garganta mejor no hablar tengo unas lindas hormigas imaginarias que se
alborotan cada que paso saliva.
Pero ayer en compañía de buenas amistades, cantaba todas las canciones
del señor Jarvis Cocker y su banda. Desconozco porqué no son tan sonados como
los grandes grupos ingleses, tienen todo lo que este tan de usted y de nadie
espera de un grupo musical: Letra, música y un espectáculo al natural que te
pone a saltar de tu butaca durante todo el concierto.
Suenan mejor en vivo que grabados y los que
sabemos de conciertos, apreciamos a los buenos grupos bajo esta medida. El público era de promedio de los treinta años
y todos se comportaron como solteros contemporáneos.
Como cada gran evento en mi vida,
asistí con mí ya más visto que el chaleco de Sicilia, mi bombín hecho a la
medida. Cuando en medio de “Common people”, pasó una señorita de esas
presentables para este impresentable y en medio de un “hola, te reconocí por tu
sombrero” y sin decir más, se tomó prestado mi sombrero.
Quién soy yo para negar un objeto
tan valioso a una señorita que requería un cierto de tipo de abrigo para sus
ideas atormentadas, al parecer su chico la había dejado por otra señorita. Y si
un sombrero ayuda a los descorazonados yo me haría un sombrerero loco de bajo
presupuesto. Mendiga fidelidad, al parecer solo se encuentra en los aparatos de
televisión.
No sé si sean los antigripales
que me traen un poco apachurrádito de sentimientos e ideas, o esta estación del
viacrucis de mi vida. Pero me he puesto a recordar la cantidad de buenos
sombreros que he regalo al paso del tiempo.
Todos han sido regalados con pleno
conocimiento y un torrente de Whiskey por la venas. Al día siguiente siempre me
arrepiento de andar cubriendo cabezas ajenas.
De niño me trague aquel
dicho de la madre Teresa que decía “Hay que dar y dar hasta que duela, si solo
das lo que sobra qué haces de extraordinario”. Ese principio esta de poca
madre, pero porqué lo hago con mis sombreros. Sé que todo las personas que quiero deberían vestir
con sombreros que les recuerde que siempre en la cabeza tenemos que tener algo
chulo y útil. También es un lindo recordatorio para decirles que les tengo estrictamente
prohibido morirse.
En España regalé poesía de mi
amigo Peñita a quién se dejara, también regale un sobrero al buen Erik hijo de
mi amigo Perez. Quién en su sano juicio no le regalaría un sombrero de tipo de
escritor a un sujetillo de temprana edad que dice que quiere ser escritor.
A una linda ex novia, le regalé
otro bombín original, a una futura estrella de rock un sombrero de copa más
elegante que las vestimentas de un presentador de los premios Oscar. A un vagabundo le regale un sombrero de esos de
vaquero, en fin he regalado más sombreros que sonrisas en mi vida. Y que bien
que lo hago aunque me duela hacerlo.
Por ahí dicen que debo cerrar círculos
en mi vida, no he encontrado la manera correcta de hacerlo, tal vez me estoy
haciendo viejo prematuramente. Sé que perdí tiempo estando a lado de quién me
regaló un beso sin estreno, lo volvería a perder de nuevo. Aunque pique
recordar a personas que de una manera u otra marcaron tu alma con tinta de gena
o tinta permanente.
En fin creo que lo hay hoy para
mí, es una caja de pañuelos desechables. Y mejor reírse , eso es lo más serio
que debemos hacer cada día de nuestra vida.
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