Me veo con problemas.

Sigo sin entender que tanto vale la pena explicar mis sentimientos. No soy buena gente y lo evidente para los demás para mi suele tener más de una cara.  Siempre dejó las malas palabras debajo de la cama y se me olvida tomar determinaciones.  

 Mantengo intacto el carácter de niño que se enoja y a los minutos se olvida del “daño” que le hicieron.  Respeto a quienes me han dicho que no me quieren hablar, lo que no me gusta es que les ayudo a mantener su palabra.

Cuando no se me olvida tomar una determinación, no hay tiempo para pedir opiniones ni para tomarlas en cuenta. El derecho a equivocarme es sagrado como las consecuencias de mis determinaciones que son mías y de nadie más.  Y aunque soy malo para pagar las cuentas, pago más de lo que me piden, tarde pero pago. 

Dentro de mi lista de virtudes sociales, no se encuentra la cordura, la congruencia y la racionalidad, pero todos los días trato de tener un poquito de esto únicamente porque vivo en una sociedad que exige esto porque si no lo tienes te muelen a palos.  La sinceridad siempre ha sido una virtud heredada no puedo esconder mis sentimientos. Si me caes bien te darás cuenta si no me caes también lo harás. Pero siempre con el debido respeto que tengo a todos los que comparten esta condición de simios parlantes.  Me equivoco y causo daño, normalmente es a las personas que quiero. 

Se me olvida también decir que siempre doy el beneficio de la duda, también doy tres oportunidades. Lo que no se me olvida es que una vez, agotadas no hago ante sala de dramas, no digo más, tomo un taxi y me piro para otra dirección. Perdón por la tristeza. 

Pero no todo es un sufrir también tengo alegrías tontas, como el café de las mañanas, como los chistes simples y también me gusta cambiar el mundo hablando de más. Amanezco platicando con cara de loco.  Y cuando las cosas se me ponen muy feas tomó mi moto y con ella me escapo a las estrellas. 

Este podría ser un personaje de ficción, pero esta vez es una pequeña voz que escuche en la mañana.