La niñez, está linda etapa. En donde todo es
posible, en donde la explicación siempre es la menos lógica. En donde se
cree que se puede volar y los enojos no deben durar más de tres minutos. Me fue
arrebatada por un integrante de la clase trabajadora afiliada al sindicato de
Maestros.
Desconozco porqué un lunes a la hora de los avisos de la semana. Se le ocurrió decir que el niñito Dios, no era más que otro mito creado por nuestros padres. Yo tenía seis años pero dentro de mi psicosis de niño entendí bien cómo se sentía que se te rompiera una bonita ilusión.
Desconozco porqué un lunes a la hora de los avisos de la semana. Se le ocurrió decir que el niñito Dios, no era más que otro mito creado por nuestros padres. Yo tenía seis años pero dentro de mi psicosis de niño entendí bien cómo se sentía que se te rompiera una bonita ilusión.
Pero también sentí un poco de
alivio, porque al hijo de la señorita que hacia el aseo en casa de mi papas,
nunca le gordo barbudo o su defecto el niño Dios le traían cosas que valieran
la pena. Y yo me veía con la hipoteca moral de compartirle mis juguetes. Se me
hacia bien injusto que al niño de mi edad no le dieran lo mismo que a mí, porque
él se portaba mejor que yo. Pero todo cobro sentido.
Ahora qué hacer con tal
información, podría enfrentar a los artífices de aquel fraude amoroso. O bien podría
usar dicha información para mi propio beneficio. Opte por la segunda, no sé
bien si por querer aférrame a una bonita mentira, o por ser un tantito cabrón. Pero el plan estaba hecho tendría que descubrir
donde guardaban los juguetes antes de la noche buena. Mis investigaciones
dieron fruto cuando descubrí la entrada de la cueva de los cuarenta ladrones. Ahí
en medio de manteles estaban las cajas de colores.
Realicé un inventario y tenía perfectamente
claro que me tocaba a mí y que a mis hermanos menores. El plan estaba trazado
después de la cena de navidad tenía que esperar haciéndome el dormido para a hurtadillas
checar que la repartición de regalitos del ficticio niño Dios me favorecieran.
Cada escalera bajada era un paso
más al miedo, pues el abuelo me había dicho que en la madrugada los animales podían
hablar. Claro los abuelos no dicen mentiras y yo estaba con el terror de la posibilidad
que los animales me hablaran. Vamos
perseguir a un gato está bien, pero que el gato te reclamé en la madrugada tus
tratos de niño, si pudiera ser el tema para una película de terror. Pero
también sentí ese disparo de adrenalina por hacer un crimen sin que se dieran
cuenta.
En mi zapato estaban tres figuras
de acción, un vehículo a todo terreno a escala y no sé qué tantas maravillas de
la infancia, en lo los zapatos de mis hermanos igual número de juguetes. Por lo
que cambié juguetes de zapato y claro mi zapato estaba llenó de juguetes a mis
hermanos solo les dejé una figurilla de acción.
El crimen estaba hecho, subí a mi
cuarto a dormir, a la mañana siguiente los llantos de mis hermanos me despertaron,
eran todas una magdalenas. Porque ellos se portaban bien y yo que me portaba
como niño me había tocado todo.
Mis papas quisieron hacer la
repartición justo, pero yo fui abogado del niñito Jesús argumentando que cómo
ellos podían sabían que era de quién, si las cosas habían amanecido en mi
zapato. De nada sirvieron mis argumentos me quitaron lo que quité.
Pero que buen recuerdo, ahora Soreque
te debó una mentadita de madre….
Te recomiendo que vayas, con urgencia- al psicólogo, o a la psicóloga. Recordar esas cosas atroces te hacen daño. Te estás haciendo daño a ti mismo. Después de esto sigue el 'dellirium tremens'. Un abrazo.
ResponderEliminarNo jodas, si te llega a salir ese truco, pues aplausos.
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