El señor Carlos Enrigue, me ha
regalado este escrito. Disfrútenlo.
Quiero aclarar desde ahora que a
los placeres europeos a que me refiero no son algún truco que requiera de ventiladores
ni de un rallador de queso. Ciertamente se puede realizar en cualquier parte
del mundo y no faltarán en nuestra tierra gente a la que le lata lo que voy a
relatarles; ahí, bien dice el dicho “cada quien su perversión” (sé que no
existe ese dicho pero sería bueno que existiera).
Me contó el primo Bernardo que
hace un par de años se encontraba en Londres, Reino Unido. El primo había
decidido hacer ese viaje al acabar la preparatoria con el ánimo de conocer
mundo, crecer como persona, empaparse de cultura y fornicar como conejo. Esta
última razón significaba el 79.4% de las razones que lo habían llevado a elegir
ese destino sobre otras opciones como Topeka, Kansas.
Pues bien, contaba el primo que
tras meses de estar en tierras shakespeareanas con suerte irregular en cuanto a
su propósito esencial, un día, en un pub conoció a una atractiva güerita a la
que se le hacía muy sexy y exótico el que el primo fuera oriundo de Sayula.
Como la vio muy emocionada creyó que quizá conocía el mítico relato de “El
ánima de Sayula”, sin embargo la única referencia de la inglesa respecto a
México fue Speedy González.
Esa noche ambos echaron unas
buenas pintas – agradeciendo el primo la liberación femenina puesto que la
damita pagaba por sus propios tragos – y conversaron sobre el mundo y sus
complejidades. La plática era profunda e intensa hasta que se suspendió porque
la señorita quería bailar la rola de “Who let the dogs out?”. Con los roces del
cuerpo al bailar, el primo supo que ese arroz ya se había cocido y era hora de
dar la estocada.
Después de hacerle una sugestiva
oferta al oído, salieron besándose y dando de empellones contra los muros. Ella
sugirió que fueran a su departamento pues estaba a tan sólo ocho cuadras. Iban
caminando, cuando la güerita, dejando ver una timidez inesperada le preguntó a
Bernardo si es que acaso lo molestaba si ella invitaba a una amiga a sumarse a
la fiesta.
Bernardo, siendo un caballero que
no quería desairar a su amor, le dijo que no lo molestaba en lo absoluto. Tuvo
un poco de dudas sobre la amiga – a la mejor estaba horrenda – pero desechó sus
objeciones bajo el argumento aritmético de que si una es buena, dos son mejor.
Al abrir el departamento la amiga
ya estaba dentro. No estaba nada mal aunque la güera estuviera más chida.
Pasaron, se quitaron sus abrigos, se sirvieron una bebida y el primo de
atascado no pudo más. No había dado ni dos tragos y ya se había encuerado y se
les había dejado ir a las inglesas.
Ellas lo condujeron a la
habitación principal mientras se besaban todo el cuerpo. Ahí, lo empujaron a la
cama y ellas se comenzaron a desnudar. El primo, en una regresión a su patria,
sólo logró hacer un sonido como cuando se asa la carne para decir “ay papel”.
La rubia se acercó y le dio un
beso profundo. Luego, mientras se retiraba le preguntó coqueta si es que podían
jugar un juego. El primo dijo inmediatamente que sí y preguntó de qué se
trataba el juego. La amiga le dijo que le iban a pegar poquito, pero que no se
preocupara, que le iba a gustar mucho. Bernardo pensó en lo que le acababan de
decir, por un lado era medio chillón para aquello del dolor físico, pero por el
otro estaban dos inglesas más bien hechas que las tablas de multiplicar. Ante
este escenario decidió aguantarse como los machos y disfrutar la recompensa.
En cuanto dijo que no había
problema las niñas sacaron de debajo de la cama un par de fuetes que no
encuentras ni en lo más rural de los Altos de Jalisco, el primo iba a protestar
cuando la güera le tiró un méndigo fuetazo con todas sus fuerzas a la boca del
estómago. El dolor fue intenso e insoportable, se sentía que el cuero estaba
recientemente remojado por la malnacida de la amiga. Del dolor el primo gritó
“¡Ay nanita santa!” y se dobló con las manos sobre su panza.
Estaba por derramar las primeras
lágrimas cuando la amiga le zorrajó otro fuetazo a medio lomo que lo hizo
arquearse como gato. Sacando fuerzas de flaqueza, el primo agarró lo que pudo
de su ropa y en bolas salió corriendo por el pasillo de los departamentos
mentando madres en su español más florido.
Así fue como acabó el ménage – à
– trois del primo Bernardo.
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