Madrid España, mediados de febrero
del año que retorno el Pri al poder. Con un frio irreal, ese frio que hace que
no tengas ni idea cuando deja de ser humo de tabaco y cuando es la condensación
de tu respirar.
Mis manos abrigadas por unos guantes tipo
piel, comprados en la ciudad de México. Entorpece mi mano al escribir. Ahí estaba
cumpliendo una promesa a mi amigo Suarez y a mi amigo el pinche Perez. Estaba
en la zona más piruris de Madrid, el nombre del café se me olvido, lo que no he
podido olvidar es el costo, unos seis euros.
Cuando viajas el lema es: “El que convierte no
se divierte”, entonces raye la tarjeta de debito otra vez más, cada que lo hacía
en vez de un sonidito de computadora se escuchaba un: "Hay dolor, hay dolor”. La
pobre tarjeta no aguataba las exprimidas de capital que le daba. Pero ya saben,
vicios y enfermedades me hacen falta para terminar lo que tengo, que no es nada
que no sea una irrompible mala salud de hierro.
Mientras escuchaba de re oreja la
plática de una típica familia madrileña, pedía un café irlandés, el cual me lo
llevó una camarera de mal humor y de buen ver. Fue una experiencia divina, me encantó
y es lógico. Mis dos sustancias adictivas favoritas en una sola tacita, fue el
motor para escribir lindas paginas en mi diario de viajero, que se quedó en el
lindo asiento de un taxi en la bella Barcelona. Espero se fusile las buenas
ideas y haga un libro de poca madre.
Así pasa, el descuido ante todo. Yo no tengo la culpa, en mi acta de nacimiento dice que mis padres presentaron a un niño vivo, no uno listo.
Así pasa, el descuido ante todo. Yo no tengo la culpa, en mi acta de nacimiento dice que mis padres presentaron a un niño vivo, no uno listo.
La faena del café la repetí unas
dos veces más, sin importar los malos humores de la camarera de nariz de Rodolfo
el reno. Junto con mis pensamientos chaquetos de escritor de historias para el libro
vaquero, herede de la madre patria un gusto por el café tipo irlandés.
El problema de viajar es que
heredas costumbres que en tu país no se dan, por lo que sintiéndome un poco
europeo y con el corte de pelo tipo Goku. (Quién sabe porqué los hombres que
viajamos a Europa retornamos con los cortes de pelo ridículos que vemos por las
calles europeas). Sentadito en un café de esos que abundan en la colonia Roma.
Solo como un hongo, le pido al camarero súper amable, pero feo como lo es el
hambre, mi café irlandés.
Mi cara de qué está pasando
salió, cuando veo a un monito saliendo de la cocina, al más estilo Ratatouille,
con una cantidad de aditamentos rumbo a mi mesa.
Inició el espectáculo, ahí el tipo flameando la taza, flameando el azúcar. Flameando hasta los bigotes de la señora gorda vecina de mesa. Entre tanto fuego mi cara roja, no por el fuego, sino por la pena, de estar solo como penitente pidiendo bebidas exóticas que solo se piden en los antros de niños nice. Cuando lo único que quería era un chorrito de Whiskey con mi expresso doble.
Inició el espectáculo, ahí el tipo flameando la taza, flameando el azúcar. Flameando hasta los bigotes de la señora gorda vecina de mesa. Entre tanto fuego mi cara roja, no por el fuego, sino por la pena, de estar solo como penitente pidiendo bebidas exóticas que solo se piden en los antros de niños nice. Cuando lo único que quería era un chorrito de Whiskey con mi expresso doble.
Quién sabe porqué al Mexicano nos
gusta que la ropa huela a limpio, señores la ropa tiene que oler a ropa, es
decir tela nada más. Quién sabe porqué les gusta que las bebidas echen lumbre,
la lavadora mucha espuma. Nos gusta ver, nos gusta exhibir las plumas de pavorreal.
Por favor sean discretos y al hora de
pedir su café irlandés, pídanle al Chef que lo prepare en la cocina donde debe
estar el fuego en un restaurante, no a un ladito de los comensales.
Saludos Madrid.
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