Ayer un día extraño como un gato
verde de tres patas y visco. Con el ambiente lleno del chipi chipi, agua que
solo moja al ciudadano de a pie, como su servidor. Aquellos que esquivamos las
baquetas botadas por la raíz de algún árbol sacrificado en pro de la humanidad
urbana, brincado charcas que se hacen por la basura acumulada en las alcantarillas
y cuidado para no ser salpicado por la ola negra que se hace cuando el neumático
de algún desconsiderado conductor suicida se le ocurre hacer la maldad de
llenar la piel de sus semejantes de agua en puercada por polución ambiental,
caminada por la calles de la petulante condesa.
Todo trascurría normalmente, en
cada esquina pedía una sincera disculpa por ser peatón. Pues en mi ciudad de
México ser peatón es una molestia para los múltiples conductores, que tienen
prisa por llegar a ningún lugar.
Fue ahí donde casi cuelgo el
zapato por pisar una linda cagada de perro, desconozco si esa plastilina apestosa
era de algún can con serios problemas digestivos adoptado por un desconsiderado
amante de los animales o de algún can de esos callejeros abandonados a su
suerte. O de plano de algún pobre cristiano intolerante a la lactosa. Como
fuera, con el zapato derecho llenito de eso que se dice popo de perro y el
evidente corajito que da tener la suerte de pisar, seguí caminando arrastrado
el zapato infectado de Purina procesada como si estuviera entrando a algún
evento religioso por el pasillo principal. Con todo y coraje así tenía que
llenar a punto de las siete menos treinta al restaurant La Estación.
Llegando a la catedral condechi
de las buenas tapas y los buenos vinitos. Tendría que esperar a que el Chef del
lugar terminara de hacer unos platos de paella para los comensales VIP, que
estaban repartiendo contentos en la mesita de la esquina. Mientras yo con las
manos inquietas esperaba mi café Turco.
Contra esquina del lugar, hay un
lugar en construcción de departamentos pre armado de hormigón, destinado a
solteros contemporáneos, bonitas cajas de zapatos caras y mal puestas, pero
justo me tocó ser testigo mudo del buling albañil. Salía un tipo chaparro de
carne morena recién bañado en estampida, atrás de él una horda de lipusianos que
cuando le dieron alcance lo ensuciaron otra vez, el acto lo vi dos veces y no
dejé de reírme de aquel espectáculo callejero gratis. Mientras a la sorda me
limpiaba el zapato aún manchadito de mierda.
Por fin llegó el maestro Chef, si
usted lo viera tiene una mirada de trotamundos y buena platica, se ve que ha
pasado de país en país, aprendiendo los secretos del sartén y el fuego. Sin
decir más tenía en sus manos dos buenas recetas realizadas con mi buen café
chiapaneco. Discutimos costos, discutimos temática del evento “Tres notas de
café” .En donde apapacharemos a buenas almas como la de usted, con varias
recetas cafetaleras. Concluimos con un buen apretón de manos y a caminar otra
vez por la jungla citadina.
A media cuadra del lugar, un ron
roneo por mis tripas, de esos calambres fríos, que anuncian en córrele porque
te alcanza. Los que han visitado la calles de la Condesa no me dejaran mentir
que es un autentico laberinto, solo que en vez de Minotauro tiene otro monstro
llamado alcoholímetro. Pero siempre te pierdes, y cuando la necesidad humana
llama lo que elegantemente se dice baño, la cosa se complica, todo se complica,
respirar es problema. Pero llegué a casa caminando como matador de toros. Al
buscar la llave de mi hogar, la desgraciada estaba perdida. Llamé a la puerta
como cobrador, llamé a la puerta como policía en redada, llamé a la puerta como
repartidor de pizza, llamé a la puerta como desesperado. Pero nadie salió solo
mi perrita que me movia la colita y no entendía la emergencia que llevaba
acuesta. Como ladrón entre a mi propia casa, corriendo y llegando en “safe” al
baño.
Conclusión del día, por más que
quieras siempre habrá un pedacito de digestión que te ha de recordar lo
vulnerables que somos ante el desecho de la digestión propia o ajena.
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