Es la mañana de un soleado
viernes, camino a la oficina con cigarrillo y la sonrisa maligna. Quiero purgar
los demonios de mi interior, esos que te gritan cuando la tempestad truena a
través de tu vida.
Lo que están pensando sobre
mí, me importa dos carajillos. Y que más da si no creen en mí, cuando pueden creer en
cualquier tontería. Supongo que tengo más de una opción para no estar tan
malhumorado, de seguro hay muchos otros fracasados que están peor que yo.
Somos malvados cuando nos decimos
que todas las decisiones han sido las incorrectas. No tienes que vivir una vida
llena de conflictos, siempre tendremos el sonido de la respiración antes de que
llegué el beso, aún tenemos noches interminables con risas y alquitrán. Siempre
habrá quién nos regale un abrazo muy largo, una mirada de complicidad, todavía tengo
muchas actividades pendientes para seguir probando que soy una mala influencia. Me falta darle de que hablar a la sociedad.
Finalmente gané lo que nadie ha
perdido y estoy viendo un mundo en otro mundo dentro de mí. En realidad, ya no
me quedan sesos para pensar en el miedo al futuro que venga como sea. Aun
conservo el instinto de bicho difícil de pisar.
Y aunque este solo aquí, me sigo
riendo de las cosas que las personas hacen y sobre de todo riéndome de mi
mismo. Tal vez necesitamos un descanso de la vida real, para perdernos en
nuestros propios pensamientos.
De mi boca han salido palabras
que han hecho daño, palabras que no podre retirar del aire. Es como querer
colocar en las vías dos locomotoras impactadas.
No se puede deshacer el daño que
has hecho o te han hecho. Así que hay que encontrar un nuevo estilo de vida y
una buena razón para sonreír, porque siempre sobran las razones para llorar.
Manda a un bar de señoritas a la
muerte para que se entretenga un rato mientras llega por ti, que sea ella la
muerte la que se preocupe por no llevarme.
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