No sé porqué les gustan los
delfines, son unos pescaditos súper malhumorados.
Estaba de viaje con la familia
política, era yo un invitado medio cómodo medio incomodo en un yate que cruzaba
los mares del Caribe. Si, supongo que
han de pensar que padre viaje en un yate con el mar azul a tus pies y la greña
ñera papaloteándome con la brisa marina, tu novia en bikinito y unos cuantos
cocteles coquetos.
La verdad no siempre es como
esperas, meterte a un yate con la familia política. Es estar en un caja de
zapatos con lo que te gusta hacer, pero un montón de policías al pendiente de
que te portes con dictan los cánones de la sociedad. Para una mayor entendimiento
es como llevar a un niño con diabetes a una dulcería, para que pueda ver todas
las golosinas pero ni de coña lo dejaras probar una. Entonces solo puedes ver
pero no tocar y eso es lo más inhumano, en fin no quiero hablar de eso ya será
tema para después. Vengo a hablar del maldito Flipi.
Pues resulta ser que por Cancún
hay una isla en la cual tienen delfines para que los turistas se bañen con
ellos a cambio de una pequeña cantidad de cueros de rana. Es crueldad tener
animales así, pero en esa época no se tenía tanta conciencia del mal que se les
hace a esta especie que debería estar cruzando todos los mares y no en jaulas
de cristal. Al estar el delfinario en una
isla solo los pudientes que viajan en barcos privados pueden hacer el arte
mexicano de colarse sin pagar la entrada. Y porqué no hay me ven con aletas y visor
colándome con los delfines.
En menos de dos segundos tenían a
unos montos de delfines nada a mi lado, pero cuál sería mi sorpresa al verlos a
todos con el hocico abierto y una fila de dientes, tarando de conseguir un
pescado de mis manos que no tenía. Hasta que el maldito líder de los delfines
se puso malhumorado por no darles su propina, he inicio a empujarme por todos
lados. Sintiéndome en una película de
terror nade lo más rápido posible soportando las envestidas del Flipi hacia la
orilla que era un bonito rompe olas con piedritas afiladitas.
Pálido por el miedo, con la adrenalina
disparada y los pies como santo Cristo, sobreviví a este encuentro cercano con
los “cariñosos” delfines. La moral un poco baja pero creo que pudo haber estado
peor.
En conclusión nunca crean que hay
cariño gratis, si no tienes pescado en la mano no te mentas a nadar con
animalitos “domesticados”, como si no tienes mucho amor en tu corazón no te
mentas a enamorar a una persona. En los dos casos puede morir ahogado de
sentimiento.
Hay me despido mentándole la
madre al Flipi.
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