Aunque pareciera que voy caminado
en automático, siempre estoy a la espera que algo cotidiano me sorprenda. Y
justo cuando ejercía mi sagrado derecho de quejarme de todo, me llegó aquella
imagen del viejito bailador.
Lo veía casi todos los días en mi tiempo mozo
de pasante del despachoescuela VIPA. El viejito bailador tenía muchos años y se
notaba la que la vida de calle le estaba pasando la factura de las muchas
noches inclementes, dormidas en una banca de un parque del centro de la Ciudad
de Guadalajara. A pesar de los estragos en su cuerpo y de su situación de
calle, siempre me dio envidia la manera en que vivía aquel personaje callejero,
pues su modo de vencer la adversidad consistía en bailar afuera de una tienda
de discos.
Sin importar que canción ponía la tienda, el bailaba en la calle con
movimientos torpes pero con una sonrisa de oreja a oreja. Bailaba sobre una cobija mugrosa que
posiblemente era su cama y un platito de plástico donde pedía a los peatones
alguna moneda.
Supongo que tenía muchas opciones
para esperar que le llegara su última hora. Meterse a un asilo de bajo
presupuesto a marchitarse en un pasillo con un rayito de sol, mendigar afuera
de la casita de Dios o darse un tiro. Pero este sujeto no quería caridad,
quería trabajo sin importar que fuera de bailarín callejero y esperaba que la
huesuda lo encontrara bailando. O al menos eso creo yo. Como cada que pasaba
por su lugar de trabajo, siempre le regalaba alguna moneda, nos veíamos con
gusto. Un buen día cuando termino de bailar lo invité a una cerveza en un
barecito de por ahí.
Me platicó su historia llena de
demonios y mala fortuna, pero al final me regaló un consejo de vida que se me
olvida muy a menudo, por andar quejándome de estupideces. Sus palabras fueron
más o menos: “El mejor placer que tengo en la
vida, es hacer lo que la gente me dice que no puedo hacer.” No se dejó vencer y créame tenia mil una
razones validas para hacerlo. No necesito decir más.
También este día que he decretado
hacer homenajes a esos personajes que aparecen poco tiempo en tu vida en forma
de extraños, pero que dejan sus palabras tatuadas en tu alama, rindo tributo a
mi maestro de Golf.
Tomé creo que cinco clases como
máximo con un Estadounidense veterano de guerra, también de edad ya muy avanzada.
Me empezó a gustar el golf, pero lo que realmente quería era ganarle una vez a
mi querido amigo la Lota en el Golf, nunca pude. Pero gracias a este ego frustrado
conocí a este viejito. Tenía un ojo de
canica, una mina antipersonal le había arrancado parte de la cabeza y esta re
armando con titanio. Me tenía un mar de paciencia cada que le pegaba al aire y
no me dejaba salir de la clase hasta que no tirara un bonito tiro. Tenía una novia
mexicana la cuál adoraba.
Y un buen día me comentó su historia
de guerra, el decía que lo hicieron teniente de manera rápida porqué a los
demás tenientes los mataban rápido. Que no podía hacer amigos pues los mataban
como moscas. Pero que lo que lo salvó de no estar más loco es hacer lo que le
gusta y lo que más le gustaba en la vida era el Golf. Ahora viaja de país en
país dando clases de Golf y buscando novias.
Al final de cuentas si haces lo que
te gusta hacer y lo haces bien. Tienes un pedacito de cielo que ¿no?.
Por favor sea usted Feliz, son los
deseos de esta lesbianita perfecta.
Carlos Beltran estamos tan acostumbrados al circo social y a interpretar tan impecablemente ese papel que nos auto asignamos o peor aun dejamos que no lo asignen cual numero de barras que no solemos observar ni escuchar mas allá de solo lo que queremos he hay una muestra de lo que se debería de buscar saludos
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