Tenía el corazón apachurrado y
mal trecho, muchas ganas de mojar mi soledad en mezcal, la compañía me daba lo
mismo. En otros días hubiese albergado la esperanza de encontrar unas chatitas
por ahí, para hacerlas reír. Pero ayer fue distinto ayer quería ser invisible,
tenía ganas de ser espectador de los entes que se mueven en torno de los que
buscamos pasar las horas nocturnas metidos en un bar.
El lugar el de siempre, pero esta
vez era distinto. Una señora paso a mi lado con una niña de seis años, solicitándome
permiso para lavar mi coche, sobra decir que era una manera elegante de causar
lastima, ¿ayudar? Lastima la lástima. Nuestro país necesita leyes que eviten
usar a los niños para pedir limosna, siendo honesto si no pudieron evitar que
un padrecito caliente violara niños, lo otro será más que imposible. Si, en México
no hace faltan leyes, hace falta quién las cumpla o las haga cumplir. Al final
le di una moneda reluciente de diez pesos para pagarle su actuación o por no
quedarme con las ganas de ayudar.
Una mesa estallaba en risas, un grupo
de niñas intelectuales se reían de las babosadas que escupía un tipejo vestido
a la más ultranza de último de los Mohicanos. Envidia siempre corre por mis
venas cuando un estúpido que no soy yo está rodeado de señoritas. Las niñas y
sus galanes se salen del bar a fumar y la mesera atrás de ellos con cuenta en
mano. Pasaron dos horas y tres mezcales, afuera un frio mata indigentes hacia
su trabajo en las pieles que dejaban ver las señoritas. Los galanes se hacían más
que estúpidos con la cuenta, se sentía un estrés en el aire, las tipas tenían más
kiwis que los caballeros. Ahí estaban haciéndole frente al Toro alegando usos
de tarjeta de crédito, alegando que no era su cuenta y todos los pretextos que
usamos aquellos que salimos de copas con bajo presupuesto.
Odio ver a las personas pelear por dinero y
como estoy intoxicado de Henry Miller me acerque a la mesera y con enfado solicite
me dejara pagar la parte proporcional de las señoritas las cuales aceptaron con
la misma pena que tenia la “lavadora de coches”. No recibí las gracias, lo que
me dieron los que acompañaban fue muchas palabras que se resumen en “imbécil”,
¿Cómo pagas cuentas de ajenos?, Pagaste a una que era tu vieja ¿Por lo menos les pediste el teléfono?.
Hombres en celo, no solo se pagan cuentas a las señoritas que te quieres llevar
a la cama o enamorar, se pagan las cuentas de extraños porque vicios y
enfermedades me hacen falta para terminarme lo que tengo. Fue mi respuesta independientemente
que la semana pasada me las vi negras en cuanto a dineros se refiere. Pero ahí estaba
yo de imbécil pagando cuentas.
El calor del mezcal ocasiono que
saliera del bar otra vez, ahora pasó por mi lado un pepenador, cada basurero
por el que pasaba era vaciado, una vez seleccionado el material valioso el
resto era depositado otra vez dentro del basurero. No me pidió nada, ni
siquiera se molesto en verme. Eso es una manera decente de ganarse la vida,
recogiendo las latas de cerveza que los borrachos botan en la calle. Me le
acerque y de mi cartera saque un billete de doscientos pesos, ¿Poco? ¿Mucho?,
no sé espero que lo use para darse un gustito. Hay imbéciles como yo que
apreciamos ver el esfuerzo de los demás porque no hacerles un regalito.
Y después de ver toda la porquería
que podemos hacer los changos parlantes, decidí hacerme el imbécil de lo que le
pasaba a mi alrededor, mi cartera ya lloraba por mis generosidades. Claro soy imbécil
y también me gusta hacerme.
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